EL MITO DE DÉDALO
A lo largo y ancho de la historia de la Humanidad, encontramos verdaderas joyas del Conocimiento, que en la Cultura Gnóstica buscamos “rescatar”, para emplearlas como fuente de inspiración y sabiduría. En esta ocasión queremos compartir ciertas reflexiones en base al «mito de Dédalo».
De origen griego, Dédalo era un constructor, artesano, y tenía un hijo de nombre Ícaro. Se cuenta que, habiendo construido el laberinto de Creta, donde se encontraba cautivo el monstruo legendario Minotauro, mitad toro, mitad hombre, ayudó al héroe Teseo a escapar del mismo. Por esto, en represalia, el Rey de Creta le dejó prisionero allí junto con su hijo Ícaro. Entonces ideó un plan de escape, que consistió en fabricar alas para ambos, a partir de plumas, hilos y cera. Dédalo advirtió a su hijo que no volase tan alto, como para que el calor del Sol fuera capaz de derretir la cera de las alas, ni tan bajo, que pudiera ser alcanzado por las olas del mar.
Emprendieron el vuelo, logrando escapar de la isla de Creta. Pero entonces, desoyendo la advertencia paterna, Ícaro se aproximó demasiado al Sol, se derritieron sus alas, y se precipitó al mar, muriendo.
A partir de esta historia, donde se refleja por una parte ese deseo de volar que la Humanidad siempre ha tenido, que en parte ha sido conseguido tras la invención del avión, podemos hacer algunas reflexiones. Por una parte, reflexionar como es necesario la obediencia hacia quien tiene mayor experiencia en el camino, en la vida, en este caso simbolizado por Dédalo. Y, por otra parte, como es necesario tener claras las propias virtudes y sobre todo limitaciones. Estas últimas, traducidas al campo del autoconocimiento, son las “sombras” internas, que debemos corregir si es que realmente queremos conducirnos sabiamente por nuestra existencia, sin errores. Profundizaremos entonces en esto último.
LA FANTASÍA
Entendemos que, en el Mito de Dédalo, su hijo Ícaro terminó desoyendo la advertencia paterna. Estaba cegado quizás por el orgullo de alcanzar el logro de volar, o quizás hasta preso de su propia fantasía de creerse invencible. Esto revela algo muy importante para quienes buscamos el Autoconocimiento: la necesidad de verse, de conocerse a sí mismo tal cual se es, sin fantasías de ningún tipo. No conocer la propia realidad es, ciertamente, ignorarla, y dice un antiguo refrán que “la ignorancia es el mayor de los males”. La fantasía justamente nos aparta de la posibilidad del conocimiento objetivo, y por ende, de ser felices.
Estudiamos en la Cultura Gnóstica que, en el período de los primeros 7 años de vida, a través de lo que se experimenta en el seno de la familia, de la escuela, de las amistades, de la misma sociedad, se va elaborando la personalidad de cada uno de nosotros. Y en base a la misma, es la forma que tendremos de ver el mundo en los próximos años, en la vida. Una persona que ha sido abandonada, maltratada, en su niñez, tendrá huellas a lo largo de su vida, que quizás elija ocultar de sí mismo/a, para no sentir dolor. La personalidad queda formada a partir del conjunto de memorias, recuerdos, que operan incluso a nivel subconsciente.
Por otra parte, si por ejemplo de niños nuestros padres nos han dicho que somos los mejores, los más lindos, los más inteligentes, etc., así también nos sentiremos en la vida, desarrollando amor propio, orgullo, vanidad, que seguramente afectarán nuestras relaciones humanas.
LA AUTO-IMAGEN
Estamos hablando entonces de que, la forma en que nos auto-percibimos en éste mismo momento, depende de los estímulos que hayamos recibido anteriormente. Creada en la infancia, robustecida en el transcurso de la vida, así se comporta la Personalidad. Y sirve de fundamento, plataforma, para la manifestación de los desórdenes de tipo psicológico. Si por ejemplo nos creemos más que quienes nos rodean, porque así nos educaron nuestros padres, hoy, al no recibir ese reconocimiento (que creemos merecer) por parte de los demás, hasta podemos reaccionar con ira, por el orgullo herido. Como dice una frase de sabiduría: “nadie es más porque lo alaben, ni menos porque lo vituperen”
En su obra “la Revolución de la Dialéctica”, el V.M. Samael Aun Weor expresa lo siguiente: “Los falsos conceptos de auto-identidad embotellan la mente.” Analizando esta frase ¿podemos asegurar que esta forma de vernos, y aún más, nuestro propio razonamiento, las ideas que defendemos como propias, no han sido «implantadas» por el medio circundante? Y, en muchas ocasiones, sin siquiera una comprobación de su veracidad, por nuestra parte.
El camino del auto-conocimiento implica una ardua revisión de todos los pre-conceptos, ideas, juicios, pensamientos, etc., que emitimos, que nos condicionan. Y eso incluye la forma de vernos a nosotros mismos, de ver la “realidad”.
SUBJETIVIDAD Y OBJETIVIDAD
Para finalizar el presente artículo, todo reflexionado a partir del Mito de Dédalo, podemos decir que en los estudios gnósticos nos referimos habitualmente a lo “Subjetivo” y lo “Objetivo”, y es oportuno en este momento hacer una aclaración al respecto.
Objetivo es aquello que “se basa en los hechos y la lógica”, entendiendo por esto que no depende de lo que se sienta, se interprete, se conceptúe. Lo contrario es lo Subjetivo, o como se dice coloquialmente: aquello que depende «del cristal con que se mire”.
¿Cuántas veces nos hemos sentido sin paz en nuestro interior, desarmonizados, por algún problema de la vida? Y esto es totalmente subjetivo, depende enteramente de nuestra percepción. Nos olvidamos de lo más valioso que poseemos: la Vida. Por ello es importante desarrollar la capacidad de distinguir lo que se puede solucionar, y dejar fluir lo que no.
A través del estudio de sí mismo, nos vamos reconectando con esa fuente interior de armonía, de conocimiento real de nuestras capacidades. Aquello que nos permite avanzar de la mejor forma por la vida. Sin fantasías, sin subjetividades, cimentados en lo real, para alcanzar la auténtica y duradera felicidad.